Para cuidar el cuerpo están las manos,
que narran geografías de agua y olvido,
no hay marcas, tan sólo tacto.
Para cuidar el cuerpo están las manos,
que narran geografías de agua y olvido,
no hay marcas, tan sólo tacto.
A veces, se me fractura el corazón y el brazo, entonces los dedos se revolucionan y corren a por un teclado para recoger el pulso. La sangre, ya sin tinta, se despliega en un vaso sin tatuajes pero con versos, recojo un aroma, una luna disecada y escuálida que vence al sueño y a las polillas.
A veces, se me agarrotan los dedos porque sístole y diástole se suceden en una trenza perfecta sin sobresaltos, pese al IBEX, no me altero. No hay pulso, se demora el instinto de regar las plantas o inventar cadenetas de palabras. A veces, los hilos se quiebran, y no escribo.
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