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sábado, 30 de octubre de 2010

Cortázar

Hace muchos años en Rivas, en una mañana de sábado Montserrat Cano nos agasajó a todos los talleristas con este espléndido cuento de Cortázar. Cuando se aproxima el 1 de noviembre siempre me acuerdo de aquel día en que nos topamos por primera vez con las mangostas. Rindo aquí homenaje a Julio Cortázar y a las maestras y maestros de literatura que tanto bien nos hacen durante el resto de nuestras vidas.




Texto procedente de La vuelta al día en ochenta mundos. Julio Cortázar.


Ninguno de nosotros recuerda el texto de la ley que obliga a recoger las hojas secas, pero estamos convencidos de que a nadie se le ocurriría que puede dejar de recogerlas; es una de esas cosas que vienen desde muy atrás, con las primeras lecciones de la infancia, y ya no hay demasiada diferencia entre los gestos elementales de atarse los zapatos o abrir los paraguas y los que hacemos al recoger las hojas secas a partir del dos de noviembre a las nueve de la mañana.
Tampoco a nadie se le ocurriría discutir la oportunidad de esa fecha, es algo que figura en las costumbres del país y que tiene su razón de ser. La víspera nos dedicamos a visitar el cementerio, no se hace otra cosa que acudir a las tumbas familiares, barres las hojas secas que las ocultan y confunden, aunque ese día las hojas secas no tienen importancia oficial, por así decir, a lo sumo son una penosa molestia de la que hay que librarse para luego cambiar el agua a los floreros y limpiar las huellas de los caracoles en las lápidas. Alguna vez se ha podido insinuar que la campaña contra las hojas secas podría adelantarse en dos o tres días, de manera que, al llegar el primero de noviembre, el cementerio estuviera ya limpio y las familias pudieran recogerse ante las tumbas sin el molesto barrido previo que suele provocar escenas penosas y nos distrae de nuestros deberes en ese día de recordación. Pero nunca hemos aceptado esas insinuaciones, como tampoco hemos creído que se pudieran impedir las expediciones a las selvas del norte, por más que nos cuesten. Son costumbres tradicionales que tienen su razón de ser, y muchas veces hemos oído a nuestros abuelos contestar severamente a esas voces anárquicas, haciendo notar que la acumulación de hojas secas en las tumbas sirve precisamente para mostrar a la colectividad la molestia que representan una vez avanzado el otoño, e incitarla así a participar con más entusiasmo en la labor que ha de iniciarse al día siguiente.
Toda la población está llamada a desempeñar una tarea en la campaña. La víspera, cuando regresamos del cementerio, la municipalidad ya ha instalado su quiosco pintado de blanco en medio de la plaza y, a medida que vamos llegando, nos ponemos en fila y esperamos nuestro turno. Como la fila es interminable, la mayoría sólo puede volver muy tarde a su casa, pero tenemos la satisfacción de haber recibido nuestra tarjeta de manos de un funcionario municipal. En esa forma y, a partir de la mañana siguiente, nuestra participación quedará registrada día tras día en las casillas de la tarjeta, que una máquina especial va perforando a medida que entregamos las bolsas de hojas secas o las jaulas con las mangostas, según la tarea que nos haya correspondido. Los niños son los que más se divierten porque les dan una tarjeta muy grande, que les encanta mostrar a sus madres, y los destinan a diversas tareas livianas pero sobre todo a vigilar el comportamiento de las mangostas. A los adultos nos toca el trabajo más pesado, puesto que, además de dirigir a las mangostas, debemos llenar las bolsas de arpillera con las hojas secas que han recogido las mangostas, y llevarlas a hombros hasta los camiones municipales. A los viejos se les confían las pistolas de aire comprimido con las que se pulveriza la esencia de serpiente sobre las hojas secas. Pero el trabajo de los adultos es el que exige la mayor responsabilidad, porque las mangostas suelen distraerse y no rinden lo que se espera de ellas; en ese caso, nuestras tarjetas mostrarán al cabo de pocos días la insuficiencia de la labor realizada, y aumentarán las probabilidades de que nos envíen a las selvas del norte. Como es de imaginar hacemos todo lo posible para evitarlo aunque, llegado el caso, reconocemos que se trata de una costumbre tan natural como la campaña misma, y no se nos ocurriría protestar; pero es humano que nos esforcemos lo más posible en hacer trabajar a las mangostas para conseguir el máximo de puntos en nuestras tarjetas, y que para ello seamos severos con las mangostas, los ancianos y los niños, elementos imprescindibles para el éxito de la campaña.
Nos hemos preguntado alguna vez cómo pudo nacer la idea de pulverizar las hojas secas con esencia de serpiente, pero después de algunas conjeturas desganadas acabamos por convenir en que el origen de las costumbres, sobre todo cuando son útiles y atinadas, se pierde en el fondo de la raza. Un buen día la municipalidad debió reconocer que la población no daba abasto para recoger las hojas que caen en otoño, y que sólo la utilización inteligente de las mangostas, que abundan en el país, podría cubrir el déficit. Algún funcionario proveniente de las ciudades linderas con la selva advirtió que las mangostas, indiferentes por completo a las hojas secas, se encarnizaban con ellas si olían a serpiente. Habrá hecho falta mucho tiempo para llegar a esos descubrimientos, para estudiar las reacciones de las mangostas frente a las hojas secas, para pulverizar las hojas secas a fin de que las mangostas las recogieran vindicativamente. Nosotros hemos crecido en una época en que ya todo estaba establecido y codificado, los criaderos de mangostas contaban con el personal necesario para adiestrarlas, y las expediciones a las selvas volvían cada verano con una cantidad satisfactoria de serpientes. Esas cosas nos resultan tan naturales que sólo muy pocas veces y con gran esfuerzo volvemos a hacernos las preguntas que nuestros padres contestaban severamente en nuestra infancia, enseñándonos así a responder algún día a las preguntas que nos harían nuestros hijos. Es curioso que ese deseo de interrogarse sólo se manifieste, y aun así muy raramente, antes o después de la campaña. El dos de noviembre, apenas hemos recibido nuestras tarjetas y nos entregamos a las tareas que nos han sido asignadas, la justificación de cada uno de nuestros actos nos parece tan evidente que sólo un loco osaría poner en duda la utilidad de la campaña y la forma en que se la lleva a cavo. Sin embargo, nuestras autoridades han debido prever esa posibilidad porque en el texto de la ley impresa en el dorso de las tarjetas se señalan los castigos que se impondrían en tales casos; pero nadie recuerda que haya sido necesario aplicarlos.
Siempre nos ha admirado cómo la municipalidad distribuye nuestras labores de manera que la vida del estado y del país no se vean alteradas por la ejecución de la campaña. Los adultos dedicamos cinco horas diarias a recoger las hojas secas, antes o después de cumplir nuestro horario de trabajo en la administración o en el comercio. Los niños dejan de asistir a las clases de gimnasia y a las de entrenamiento cívico y militar, y los viejos aprovechan las horas de sol para salir de los asilos y ocupar sus puestos respectivos. Al cabo de dos o tres días la campaña ha cumplido su primer objetivo, y las calles y plazas del distrito central quedan libres de hojas secas. Los encargados de las mangostas tenemos entonces que multiplicar las precauciones, porque a medida que progresa la campaña, las mangostas muestran menos encarnizamiento en su trabajo, y nos incumbe la grave responsabilidad de señalar el hecho al inspector municipal de nuestro distrito para que ordene un refuerzo de las pulverizaciones. Esta orden sólo la da el inspector después de haberse asegurado de que hemos hecho todo lo posible para que las mangostas sigan recogiendo las hojas, y si se comprobara que nos hemos apresurado frívolamente a pedir que se refuercen las pulverizaciones, correríamos el riesgo de ser inmediatamente movilizados y enviados a las selvas. Pero cuando decimos riesgo es evidente que exageramos, porque las expediciones a las selvas forman parte de las costumbres del estado a igual título que la campaña propiamente dicha, y a nadie se le ocurriría protestar por algo que constituye un deber como cualquier otro.
Se ha murmurado alguna vez que es un error confiar a los ancianos las pistolas pulverizadoras. Puesto que se trata de una antigua costumbre no puede ser un error, pero, a veces, ocurre que los ancianos se distraen y gastan una buena parte de la esencia de serpiente en un pequeño sector de una calle o una plaza, olvidando que deben distribuirlo en una superficie lo más amplia posible. Ocurre así que las mangostas se precipitan salvajemente sobre un montón de hojas secas, y en pocos minutos las recogen y las traen hasta donde las esperamos con las bolsas preparadas; pero después, cuando confiadamente creemos que van a seguir con el mismo tesón, las vemos detenerse, olisquearse entre ellas como desconcertadas, y renunciar a su tarea con evidentes signos de fatiga y hasta de disgusto. En esos casos el adiestrador apela a su silbato y, por un momento, consigue que las mangostas junten algunas hojas, pero no tardamos en darnos cuenta de que la pulverización ha sido despareja y que las mangostas se resisten con razón a una tarea que de golpe ha perdido todo interés para ellas. Si se contara con suficiente cantidad de esencia de serpiente, jamás se plantearían estas situaciones de tensión en las que los ancianos, nosotros y el inspector municipal nos vemos abocados a nuestras respectivas responsabilidades y sufrimos enormemente; pero desde tiempo inmemorial se sabe que la provisión de esencia apenas alcanza para cubrir las necesidades de la campaña, y que en algunos casos las expediciones a las selvas no han alcanzado su objetivo, obligando a la municipalidad a apelar a sus exiguas reservas para hacer frente a una nueva campaña. Esta situación acentúa el temor de que la próxima movilización abarque un número mayor de reclutas, aunque al decir temor es evidente que exageramos, porque el aumento del número de reclutas forma parte de las costumbres del estado a igual título que la campaña propiamente dicha, y a nadie se le ocurriría protestar por algo que constituye un deber como cualquier otro. De las expediciones a las selvas se habla poco entre nosotros, y los que regresan están obligados a callar por un juramento del que apenas tenemos noticia. Estamos convencidos de que nuestras autoridades procuran evitarnos toda preocupación referente a las expediciones a las selvas del norte, pero desgraciadamente nadie puede cerrar los ojos a las bajas. Sin la menos intención de extraer conclusiones, la muerte de tantos familiares o conocidos en el curso de cada expedición nos obliga a suponer que la búsqueda de las serpientes en las selvas tropieza cada año con la despiadada resistencia de los habitantes del país fronterizo, y que nuestros conciudadanos han tenido que hacer frente, a veces con graves pérdidas, a su crueldad y a su malicia legendarias. Aunque no lo digamos públicamente, a todos nos indigna que una nación que no recoge las hojas secas se oponga a que cacemos serpientes en sus selvas. Nunca hemos dudado de que nuestras autoridades están dispuestas a garantizar que la entrada de las expediciones en ese territorio no obedece a otro motivo, y que la resistencia que encuentran se debe únicamente a un estúpido orgullo extranjero que nada justifica.
La generosidad de nuestras autoridades no tiene límites, incluso en aquellas cosas que podrían perturbar la tranquilidad pública. Por eso nunca sabremos - ni queremos saber, conviene subrayarlo - qué ocurre con nuestros gloriosos heridos. Como si quisieran evitarnos inútiles zozobras, sólo se da a conocer la lista de los expedicionarios ilesos y la de los muertos, cuyos ataúdes llegan en el mismo tren militar que trae a los expedicionarios y a las serpientes. Dos días después las autoridades y la población acuden al cementerio para asistir al entierro de los caídos. Rechazando el vulgar expediente de la fosa común, nuestras autoridades han querido que cada expedicionario tuviera su tumba propia, fácilmente reconocible por su lápida y las inscripciones que la familia puede hacer grabar sin impedimento alguno; pero como en los últimos años el número de bajas ha sido cada vez más grande, la municipalidad ha expropiado los terrenos adyacentes para ampliar el cementerio. Puede imaginarse entonces cuántos somos los que al llegar el primero de noviembre acudimos desde la mañana al cementerio para honrar las tumbas de nuestros muertos. Desgraciadamente el otoño ya está muy avanzado, y las hojas secas cubren de tal manera las calles y las tumbas que resulta muy difícil orientarse; con frecuencia nos confundimos completamente y pasamos varias horas dando vueltas y preguntando hasta ubicar la tumba que buscábamos. Casi todos llevamos nuestra escoba, y suele ocurrirnos barrer las hojas secas de una tumba creyendo que es la de nuestro muerto, y descubrir que estamos equivocados. Pero poco a poco vamos encontrando las tumbas, y ya mediada la tarde podemos descansar y recogernos. En cierto modo nos alegra haber tropezado con tantas dificultades para encontrar las tumbas porque eso prueba la utilidad de la campaña que va a comenzar a la mañana siguiente, y nos parece como si nuestros muertos nos alentaran a recoger las hojas secas, aunque no contemos con la ayuda de las mangostas que sólo intervendrán al día siguiente cuando las autoridades distribuyan la nueva ración de esencia de serpiente traída por los expedicionarios junto con los ataúdes de los muertos, y que los ancianos pulverizarán sobre las hojas secas para que las recojan las mangostas.


sábado, 23 de octubre de 2010

La llegada de Florence



No me dices hola al entrar, tan sólo miras mi piel negra, mis manos grandes. No imaginas que mi piel es suave, que mi corazón es algodón del Sur, que para que yo entre hoy en este ascensor urbano cientos de cuerpos se juntaron en la noche, cientos de manos trabajaron la tierra, y tres generaciones anteriores a mí migraron del campo, que mi abuela también sabía abrir un grifo, y ahora estás aquí mirándome.

Ilustración: Carmen Arevalillo


Veo tus ojos europeos cómo escudriñan mi cuerpo de mujer grande por debajo de tus gafas, probablemente eres miope, de ahí tu proximidad e insistencia. Muestro mi sonrisa, y tu corazón, esponja magullada de alquitrán y humo, comprende. Por fin, sonríes y me saludas. Ahora me siento bien en este ascensor de ciudad gris, orgullosa de mis manos grandes y mi piel café, negra y suave.


jueves, 21 de octubre de 2010

Desde Uruguay con el corazón: Benedetti





«Te dejo con tu vida, tu trabajo, tu gente, con tus puestas de sol y tus amaneceres. Sembrando tu confianza, te dejo junto al mundo, derrotando imposibles, segura sin seguro (...) Pero tampoco creas a pie juntillas todo. No creas, nunca creas,
este falso abandono. Estaré donde menos lo esperes. Por ejemplo, en un árbol añoso de oscuros cabeceos. Estaré en un lejano horizonte sin horas, en la huella del tacto, en tu sombra y mi sombra (...)».

Así se despedía Mario Benedetti en 'Chau número tres'. El uruguayo reflexionaba sobre la relatividad de la ausencia. También ahora es relativa. Como legado deja sus palabras y su forma de entender la vida.



LA INFANCIA

«La infancia es un privilegio de la vejez. No sé por qué la recuerdo actualmente con más claridad que nunca» .

«Es a veces un paraíso perdido, pero otras, es un infierno de mierda».


EL APRENDIZAJE


«Mi primer trabajo fue en una empresa de repuestos de automóviles, luego 15 años en una inmobiliaria y luego, al periódico —primero como redactor del semanario 'Marcha'—; y al tiempo, taquígrafo, porque con un solo empleo no se podía sobrevivir». Pasó de ser taquígrafo del consejo de la Facultad de Humanidades a dirigir un departamento de literatura latinoamericana en la Universidad.



«He trabajado ocho y diez horas diarias en cosas que no tenían nada que ver con la literatura, empecé a ganarme la vida con ella en el exilio».


EL AMOR

«Yo siempre digo que soy fiel, pero no fanático en el amor». En 1946 contrajo matrimonio con Luz López Alegre, su compañera hasta que falleció en 2006 enferma de Alzheimer.

«Si el corazón se aburre de querer, para qué sirve».



«Porque eres mía, porque no eres mía, porque te miro y muero, y peor que muero, si no te miro amor, si no te miro (...)». Son versos de 'Corazón coraza', uno de los muchos poemas de amor que escribió Benedetti.

«Mi táctica es mirarte, aprender como sos, quererte como sos. Mi táctica es
hablarte y escucharte, construir con palabras un puente indestructible. Mi táctica es quedarme en tu recuerdo. No sé cómo ni sé con qué pretexto, pero quedarme en vos. Mi táctica es ser franco y saber que sos franca y que no nos vendamos simulacros, para que entre los dos no haya telón ni abismos. Mi estrategia es en cambio más profunda y más simple. Mi estrategia es que un día cualquiera no sé cómo ni sé con qué pretexto por fin me necesites»



LA POLÍTICA


«Nunca fui comunista, nunca milité en partidos. Estuve algún tiempo en el Frente Amplio, pero como independiente. No sirvo para dirigente. Para un intelectual es muy duro. Me encontré hablando ante 60.000 personas haciendo planteamientos en los que no creía. Me dejaba un malestar de conciencia espantoso. Creo que puedo hacer más políticamente con lo que escribo que desde una tribuna».


EL EXILIO

«Me echaban y me amenazaban de muerte. De Uruguay tuve que irme porque estaban a punto de meterme preso y torturarme. De Buenos Aires, porque una asociación profascista me puso en una lista de condenados a muerte y me dieron 48 horas para que me fuera. Me marché a Perú y me metieron preso sin que yo hubiera hecho absolutamente nada político. Me deportaron a Argentina, donde estaba amenazado de muerte. Me ofrecieron asilo en Cuba, donde dirigí un departamento de literatura en La Casa de las Américas —por primera vez me gané la vida literariamente— . Y de La Habana, a Madrid».


LA POESÍA


«La poesía es el género en el que un escritor interviene más con su propia vida. Los otros géneros son de ficción, la poesía no». Benedetti ha publicado más de 80 libros, traducidos a una veintena de idiomas, que abarcan todos los géneros literarios.


«Un poema lo puedo escribir en un avión, en un fin de semana o mientras espero al destino».


«Mis maestros fueron Vallejo, Neruda, Pessoa y Borges, a quien se le admira por sus cuentos pero se le quiere más por sus poemas, porque se muestra como era, un ser desvalido y frágil».


EL OLVIDO

«El olvido está lleno de memoria —es el título de uno de sus libros—. Está lleno de memoria y esa memoria vuelve a salir».

EL 'DESEXILIO'

«El exilio es el aprendizaje de la vergüenza. El desexilio, una provincia de la melancolía».

Benedetti consiguió regresar a Uruguay en 1985. «El país había cambiado después de diez años de dictadura, pero yo también, después de 12 años domiciliado en cuatro países tan distintos. De los gobiernos no se aprende nada, pero de la gente de la calle yo aprendí mucho y entonces volví diferente, más maduro, otra persona, aunque siempre con el arraigo de mi ciudad».

LA RELIGIÓN

«Debo ser una de las personas menos religiosas del mundo. La única religión válida para mí es la conciencia; y la poesía tiene mucha vinculación con la conciencia».

«Yo no sé si Dios existe, pero si existe sé que no le va a molestar mi duda».



LA UTOPÍA

«La utopía es una cosa que debemos mantener. Por definición, es algo que nunca se realiza por completo, una cosa que parece imposible y después resulta que se realiza. Siempre digo que los tres grandes utópicos que ha dado este mundo son Jesús, Freud y Marx. Gracias a ellos la humanidad ha dado pasos positivos».


«Aunque de cada utopía se realice un 10%, gracias a ese 10% la humanidad ha mejorado un poco. Yo soy un optimista incorregible» .


LA CONCIENCIA

«Las causas en las que he creído y creo han sido derrotadas, pero yo no me
siento derrotado en cuanto a mis creencias, en cuanto a mis posiciones ideológicas y seguiré luchando por ellas. Sin éxito eso sí. Mientras pueda dormir tranquilo no me consideraré un derrotado total».


EL SOCIALISMO

«Con todos sus defectos, la utopía socialista es la que puede traer bienestar a la Humanidad. Pese al fracaso del socialismo democrático de los países del Este, porque no fueron fieles, y desvirtuaron la esencia, yo no me he borrado de las ideologías».

EEUU

«No es por falta de motivos que no me haya rendido al pesimismo. La Humanidad va hacia el suicidio. Cuando los poderes estaban repartidos, la contradicción permitía a veces ciertas mejoras sociales, pero ahora la única posibilidad de cambio es que se dé dentro de Estados Unidos: que los norteamericanos se machaquen entre ellos».


EL TIEMPO

«Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo».

«Preciso tiempo, necesito ese tiempo que otros dejan abandonado porque les sobra o ya no saben qué hacer con él. Tiempo en blanco, en rojo, en verde, hasta en castaño oscuro. No me importa el color. Cándido tiempo que yo no puedo abrir y cerrar como una puerta», versos del poema 'Tiempo sin tiempo'.


LA MUERTE

«Es tarde. Sin embargo yo daría todos los juramentos y las lluvias, las paredes con insultos y mimos, las ventanas de invierno, el mar a veces, por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso en mí que estoy enteramente solo, sobreviviéndote» , versos de 'Ausencia de Dios'.

«Hay que vivir como si fuéramos inmortales».

«Cuando me entierren, por favor, que no se olviden de mi bolígrafo», sentenció en 'El Rincon de Haikus'.


Fuente: http://www.elmundo. es/especiales/ 2009/05/cultura/ benedetti/ album/index. html

lunes, 11 de octubre de 2010

La vía muerta despierta


Anoche crucé la línea y me encontré a viejos amigos que se calentaban alrededor de la hoguera, me recibieron con alegría y el pasado se fundió en un mal sueño que apenas ahora recuerdo.


Esta vez cruzar fue como la vez primera, equilibrando mis pasos con los tacones, que ventajas del tiempo ya no me quedaban grandes. Los collares largos de cuentas rojas, regalos de la hospitalidad Bahíana, me animaban a seguir adelante. Me agarraba a ellos como quien se aferra a su talismán más querido, sin embargo, no mostraba ya ni tan siquiera una pizca de mis miedos. Caminaba segura con mis zapatos rojos de tacón ancho por la línea de acero.

Iba cruzando los raíles de mi vida, recuperando el pulso, la dirección. En el bolso llevaba guardado el rumbo envuelto en papel albal para que no se mojara, para que no se me perdiera, para que sonara en las máquinas infrarrojas de la frontera, sabiendo ya que el rumbo no se quita, como quién se despoja de las botas y el cinturón en un aeropuerto, lo siento esta vez ya no. Me operaron de la columna y los sentimientos y ahora tengo que ir siempre con esta bolita de papel albal, ustedes comprenderán que me va la vida en ello. El hombre de la aduana me guiñó un ojo y consintió en que mi rumbo se quedara conmigo al otro lado de la línea.


El caso es que yo ya había soñado a mis pies calzados en altura bambolearse, sin detenerme, sin dudas, sin rozar siquiera las traviesas de la vía férrea. Recordaba el color rojo de mi collar largo de semillas pintadas. Hace años que sentí ese movimiento impreciso de caderas, antes también fui equilibrista con la vida.

Le di la mano al pirata más grande del mundo, le reconocí por su barba de bucanero. Esta vez había recuperado la pierna izquierda, ya no cojeaba, avances de la ciencia supongo. Sus abrazos habían ganado anchura, su pelliza negra de cuero seguía siendo tan protectora como siempre, su botas negras imponentes, esta vez, no me daban miedo. Ya conocía el calor de sus manos, y la profundidad de aquellos ojos color aceituna, ese hombre de aspecto maléfico era mi amigo, me estaba esperando después de tanto tiempo.


Izamos las velas del barco de los sueños: destino a la realidad. Llamámos a toda la tripulación dispuesta a emprender de nuevo viaje, sonreímos a nuestra bandera y desde lo alto del mástil le grité de nuevo al mundo: la función va a comenzar. Como por encanto o por viento nuevo, el escenario volvía a estar bajo mis pies, vi las boquicaras de un público entregado y supe que ya no volvería a dejar jamás mi vocación: el teatro.