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lunes, 17 de diciembre de 2012

Tock tack



La vida es una suma de relojes; una acumulación de tick tacks; latifundios medidos por la sombra de un árbol; mañanas que despiertan con conversaciones estridentes del chavalerío que llega a la puerta del instituto. Medir tiempos contando el número de padres nuestros que rezaban nuestras abuelas para saber que estaba cocido un huevo.

Las noches son una huida contra los despertadores, los arrastro detrás de la puerta para forzarme en la mañana a levantarme. Los despertadores cambian bajo la almohada el sentido de las manecillas, a la mañana siguiente triunfa el caos por encima de las sábanas.

Despertar adores, no siempre. A veces, son jarro de agua fría, persiana que levanta al destiempo, una manta que se recoge y destapa la queja. El despertar adorado, con el tiempo, fue el beso de tu padre que vigilaba tu sueño y apagaba las luces de las aceras para dar sentido al sol. El despertador necesario es la madre que se levanta para que llegues al examen. El despertador de apoyo es tu pareja que corre por la mañana a cumplir tus quehaceres matinales y remata la jugada con tostadas de pan recién hecho y tomate picadito.

Relojes hay miles, y aunque pretenden ser objetivos, rigurosos, universales, a veces, se saltan las leyes de la gravedad, de la física cuántica y retrasan o adelantan la ley de la relatividad de Einstein. Hubo un tiempo en que el tiempo era circular y merendábamos siempre que queríamos, eternamente: terminábamos un té y saltábamos a por el chocolate en la silla de al lado... hubo un tiempo donde el tiempo se estiraba y encogía con una cuerda... ese tiempo de campanas ... un verano extenso, interminable: sin principio, sin fin

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