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domingo, 28 de noviembre de 2010

Imagino que hay ascensor


Fotografía de Minako Tasaki

Deseo que al abrir la puerta del portal esté el ascensor, ruedo el carrito con la compra a rebosar y me encuentro con los mismos peldaños de ayer. Inspiro y veo a mi madre, a mi abuela yendo a por agua a la fuente, tiro del carro, y esta vez, siento perfectamente de qué carro se trata. Sigo subiendo hasta el siguiente rellano, si tuviera el suficiente dinero no viviría en un cuarto sin ascensor me digo, en seguida, contrarreplico: las determinaciones tienen un precio y el coste a pagar son 128 escaleras de subida y 128 de bajada, la mejor contratación de internet que podrías imaginar, tira.

Busco una salida por el hueco de la ventana, el sol me deslumbra y atisbo los árboles del patio interior: delicias del Madrid de los tejados en cuesta, árboles escondidos tras edificios espigados. No, no me olvido: si intento espirar en los momentos de máximo esfuerzo será más fácil, hay que programar al cuerpo para que se relaje en los momentos de máxima tensión. Dani me dice: imagina que tiras la carga, luego la cogerás con más ganas. Intento subir ligera sobre un peldaño y otro, casi me he finiquitado el segundo rellano, suspiro. ¿En qué momento dije sí a las escaleras?

De camino hacia el tercer piso, recuerdo a Cyro subiendo y bajando los brick de leche de una anciana que bajaba por unas escaleras, francamente muy empinadas. La hospitalidad bahiana viene en mi ayuda en secuencia de color chocolate: si estuviera aquí Cyro me dedicaría a mirar su cuerpo sedoso y sus pies de muelle... No me queda otra, integro a ese muchacho joven y fuerte dentro de mí. Sus piernas rápidas ahora son las mías, y casi llego al cuarto.

Llegamos a la cuarta y última ventana, regalo del cielo de Madrid y, antes del fondo, una casita entre las nubes. Sí, creo que ya que estoy tan cerca de la puerta de entrada que me puedo permitir el lujo del descanso por un minuto, un minuto de sabor a esfuerzo conseguido. Me enfilo como un toro mirando el último tramo de escaleras, subo rapidito enfocada hacia la puerta del hogar. ¿Quién dijo que subir cuestas era un reto?

Finalmente, concluyo: no me gusta subir escaleras cargada, pero me encanta haberlas subido. La llave gira y la casa nos espera en todo su esplendor, al carro y a mí. Viva la alegría de saber llegar a buen puerto. Imagino que mañana tampoco habrá ascensor, pero sé que tengo cuatro plantas para dar rienda suelta a la imaginación, las piernas son sólo poleas de viento.

6 comentarios:

Valeriano Franco dijo...

Tu relato me ha recordado lo que me pasó en la primera casa en la que viví cuando terminé mi carrera y me independicé. Lo que sufrí allí aun lo recuerdo y se me ponen los pelos punta. Siete pisos, sin ascensor. Es mi primera exigencia en las casas donde he vivido: que tenga ascensor. Hoy, cada vez que tengo que ir a una casa sin ascensor recuerdo aquella y revivo aquellos ingratos días, porque no recuerdo nada agradable de aquello, ni lo que veía desde las dos terrazas que tenía, ni las hermosas vistas, ni las salidas de sol que lo inundaban cada mañana. Tener que subir los siete pisos me superaban. Unos ciento cincuenta peldaños interminables. Efectivamente subir las escaleras era un reto cada día y más los fines de semana. He tenido que subir escaleras más complicadas y difíciles en el futuro, pero el impacto que aquello me ha dejado, ha quedado en mi mente como un muro incapaz de superar y eso que los ascensores me producen una claustrofobia tremenda con sudor incontenible cuando, metido en uno, se detiene antes de llegar a la puerta de salida. Pero subir sin ascensor me sigue superando. ¡ Cómo somos¡ ¡ mejor, cómo soy, me digo¡
Un saludo
Valeriano

Anónimo dijo...

Querida Nelken, subir cuatro pisos andando, hasta llegar a una casita entre las nubes, es un ejercicio de ilusión con plus a la llegada. Ojalá tuviese todo el mundo la oportunidad de hacer ese esfuerzo.

Un besito.

Mila

Nelken Rot dijo...

Bueno, bueno, yo casi me decanto más por la visión de Valeriano, aunque hay que pintar de rosa incluso lo que no nos agrada.

yo he sido muy feliz en diferentes cuartos, con ascensor, siempre bajaba las escaleras andando, pero era yo quién decidía.

Con todo me compensan las cuatro plantas, y si gano en resistencia, mejor que mejor.

Beijos a los dos.

;-D

Nelken

Por cierto, siete plantas sin ascensor debería estar prohibido!!

Manuel dijo...

De hecho, querida Nel, cuatro sin ascensor están prohibidas. Lo que pasa es que quedan esas antiguas que no hay por donde cogerlas.

Me ha encantado tu "via crucis". Y estoy contigo: la poesia se acaba cuando tienes que subir la botella de butano a hombros esas cuatrro plantas.

Pero forjar, forja el caracter.

Un beso.

Mari Carmen Azkona dijo...

Hay una frase que me repito cada día ante las escaleras del metro. “El que mueve las piernas, mueve el corazón” Siempre pensé que era un consejo médico para fomentar el ejercicio, pero veo que hay más tras esas palabras...El que mueve las piernas, mueve el corazón y la imaginación.

Magnífico relato querida Nel, en el que demuestras tu nivel, haciendo de la rutina pura literatura. Me ha gustado mucho y me ha llenado de ilusión, sobre todo porque utilizas la palabra hogar.

Los cuatro pisos y el esfuerzo merecen la pena...por el texto y por el hogar.

Besos y abrazos de algodón.

Nelken Rot dijo...

Quien mueve las piernas, mueve el corazón!! frase motivadora donde las haya, me la compro.

muakales de corazón, digo de algodón, que es lo mismo.

;-D

Nel

Me alegra que te haya gustado el relatillo.